lunes, 14 de septiembre de 2009

El ciclo

Tras una nueva ilusión, camina, y menea el cráneo ridiculizando su rostro fruncido, porque el sol desde allí arriba no le deja ver. Camina con una nueva sensación de cordura, y sintiendo, a la vez, la tarde cayendo en sus manos ansiosas, esperando un cigarro que viniera en su auxilio, una esperanza, que no muriera en las puertas de la clínica carcelaria de olores fuertes y nauseabundos, con paredes de seis metros. Una cárcel sin luz, pero no oscura, todavía no, porque el sol persiste, aunque el crepúsculo desde hace una hora se este instalando, y dibuja, con trazos dorados, aves que mueren en el horizonte derretido y mojado y cimbreante. Lo ve, desde allí arriba, desde un patio profundamente desgastado, lo ve, y sabe que su oportunidad se encuentra en él, hombre alto y cercano, que nunca temió caer en la terrible soledad de los locos. Hoy es él, pero un mismo deseo los alcanza a todos, mientras el de arriba intenta doblarse para ver desde un ángulo incomodo al hombre que entra en una clínica desgastada y cubierta en recuerdos, que rememora pasados triunfales de personas bailando con medicamentos.
El hombre entra, sube la mano derecha después de sacar una caja de cigarros fútiles, cigarros que a él no le sirven porque ha dejado de fumar, irreversiblemente, y el deseo sigue siendo solo uno. Se tantea presuroso los bolsillos y encuentra lo que estaba buscando para prender un cigarro. Lo sostiene glorioso y, ya encendido –desde el patio lo observa con calma, con mucha calma–, ve como el humo consume el aire viejo, el mismo aire que es testigo, y, más arriba, guarda con recelo a su otra victima.
Cae, y hoy vuelve solo, sin preguntar.
El laberinto permite el desencuentro, el laberinto de olor nauseabundo y gastado, con tres pisos de altura, y un patio en la cima en donde alguien observa al otro, sabiéndose cada vez más perdido. Aquel que cae esta lejos, y lo observa con codicia, encerrado por paredes gigantescas sin cubierta, y con una sola ventana. Él se enfrenta hoy, tras el castigo, a una nueva maldición preconcebida, y camina moviéndose según el viento, sus coordenadas son incorrectas y lo sabe, pero presiente que el patio llegara de todas modos. Se enfrenta, tiene miedo, esta a punto de llorar, ya ha pisado esa clínica, y la ha abandonado porque sanó, pero él nunca la vio así, nunca tan abandonada.
Desde arriba, el otro, sigue distinguiéndolo. Él ya entró, él, que escapó y hoy vuelve, y recuerda sus manos, su olor, su tenue fisonomía envuelta en humo. Ahora; diez años antes, en la clínica nueva. Camina con el cigarro que se va acabando. Ve un rostro, pero solo esta en su mente. Se sorprende súbitamente –es imposible no hacerlo-, a medida que avanza los peldaños de la escalera que da al segundo piso toman color, el último, además, está sano, y cuando se da vuelta ve como el primer escalón se desmorona, y asi el segundo, y todo el domino ascendente cae estrepitosamente negándole cualquier posible salida. Lo comprende, y está bien, porque desde que entró supo que no saldría de allí. El otro ya no puede verlo, pero siente ruidos, conoce perfectamente la clínica y su razonamiento arquitectónico o topográfico le dice que el golpeteo pertenece a la escalera del segundo piso, que en ese instante se derrumba. Deduce que él esta cerca, puede oler su cigarro, y recuerda el suyo, pero este está apagado, y la única compensación posible es corroer, de algún modo, sus uñas. Porque, además de todo; esta nervioso. Observa ese nuevo salón que ha conquistado, y no mira hacia atrás, porque cualquier cambio podría inducirlo a creer en su delirio. Sólo camina, fumando el segundo cigarro de la noche, la noche que ha llegado después del sol nocturno, pero eso es solo un protocolo, algo con la tarea de recordar. Puede que por eso el salón vacio se llene de marionetas y personas, y guardias y enfermeras siniestras. Aunque la imagen sea borrosa, nota que todos sonríen. Pero no lo cree, y para convencerse tira con un repentino impulso el cigarro al suelo, y se lleva las manos a la cara y tiembla, y tiembla... Y su ropa no lo protege. Con lenta valentía va corriendo las manos de sus párpados, pero estos siguen apretados, y decide continuar asi, para no luchar con la incomodidad del otro miedo, por eso se ata un pañuelo negro en la cabeza, un pañuelo que le cubre los ojos y le aprieta la frente. El que esta arriba lo ve, y sufre por él, con irreprochable cordura sufre por él, y sabe lo que esta haciendo, pero nada más. El que está abajo se levanta y estira las manos para intentar encontrar una pared que le dé alguna señal, con desesperación la busca, escucha como las gotas de transpiración caen en el suelo y retumban, con el muslo derecho palpa una inmensa, gigantesca rosa, que sale desde una grieta en el suelo, entonces, por el miedo o el instinto, sabe perfectamente que hacer. El que está arriba lo siente cada vez mas cerca, y entiende que es la hora, que asimilara un cuerpo nuevo, y para no esperar más corre hacia él gritando, pero antes de tocarlo se desvanece como si entrara en otro plano, en otra realidad, aún su grito recorre la clínica, y perdura por algunos minutos. Al fin desaparece, pero entonces no es un grito. Él se quita el pañuelo, se toca las manos sin saber porque esas no son sus manos, y finge para él que eso le importa, que no lo entiende. El acto estará guardado en esa luna; él camina, se acerca a la única ventana de un patio gris y desgastado, y puede ver como su cuerpo sale corriendo del templo sin mirarlo, porque aquél teme volver a la soledad, y caer otra vez en el ciclo.

2008-10-09

Santiago Vega

3 comentarios:

  1. Hola!

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  2. Recién ahora veo tu cuento. Lo leo y después comento

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  3. Lo voy a imprimir para guardarlo para mi antes que lo borres. Me parece fantástico cómo puede uno ver las imágenes por cómo describís. Sin duda tu fuerte es la ambientación. Es siempre exuberante, aunque hablemos de cosas urbanas. Igual hay cabos que no termino yo de entender, pero me parece que sería imponente como cortometraje. Si después se me ocurre algo más te vuelvo a comentar. Viste que en lo de Santiago, el de los divagues hay una convocatoria a plagios? ¿No te querés sumar?
    Se te extraña en los blogs. Anduve unos días complicada en otras de mis vidas y abandoné un poco esto, pero ahora estoy volviendo.
    Besotes

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